Por Ricardo Alarcón de Quesada
Gerardo Hernández Nordelo,
secuestrado en la prisión federal de máxima seguridad de Victorville, en el
desierto de California, supo de la muerte de Nelson Mandela y sintió la
necesidad de rendirle homenaje, hacer algo que, para él, representaba un esfuerzo
extraordinario, una proeza más de las muchas que colman su existencia
cotidiana.
Gerardo, entre otras privaciones,
sufre duras limitaciones para comunicarse con el mundo exterior. La
correspondencia postal suele demorársele semanas enteras, incluso meses, como
consecuencia de la censura que obliga a sus carceleros a revisar cuidadosamente
cada palabra suya o destinada a él.
Su acceso al correo electrónico es
sumamente restringido para conectarse con su esposa Adriana, con Martín Garbus,
su abogado y con un funcionario consular. Queda el teléfono para el que dispone
de 300 minutos al mes, los cuales debe emplear para hablar con Garbus y
discutir los muy complejos documentos y trámites de su última apelación legal,
o con la misión diplomática cubana y con Adriana, a la que Washington no le
otorga el visado, para que pueda visitarlo normalmente haciendo de él el único
prisionero en Estados Unidos a quien se le prohíbe ese “privilegio”.
Así han sido las condiciones
“normales”, en las que Gerardo ha pasado los últimos quince años desde que lo
apresaron cuando era aún muy joven.
Pero Victorville no es un lugar
cualquiera. Son frecuentes las riñas y los estallidos de violencia y cada vez
que estos suceden, las autoridades tienen que tomar medidas drásticas tales como
imponer el “lock down”, o sea, encerrar a los presos en sus celdas. En esas
circunstancias no hay correspondencia ni teléfono. El aislamiento, entonces, es
total.
Un grave incidente en el que murió
uno de los presos ocurrió el trece de noviembre y provocó la imposición del
“lock down” por el resto del mes. Ya en diciembre, poco a poco, se fueron
restableciendo las prácticas carcelarias habituales y los recluidos pudieron
recuperar progresivamente sus muy escasos contactos con el exterior. Cuando se
les permitió hacerlo, los reclusos hacían larga fila ante el único teléfono
disponible para una rápida llamada.
El 5 de diciembre, al conocer la
noticia, a Gerardo regresaron recuerdos imborrables de cuando, al concluir sus
estudios universitarios, pidió sumarse al contingente de voluntarios cubanos
que se batieron en Angola con las tropas invasoras del régimen del Apartheid.
Reviviría los momentos de peligro y angustia, lejos de la Patria y la familia,
el sacrificio por el cual, años después, liberadas ya Angola, Namibia y
Sudáfrica, los tres países le otorgarían su más altas condecoraciones
nacionales que Gerardo no ha podido aún colocar sobre su pecho porque ahora es
él quien está privado de libertad.
Pasarían por su mente momentos
decisivos de la nueva y riesgosa misión, que, también voluntariamente, habría
de cumplir poco después coordinando la labor de otros jóvenes que fueron a
Miami a combatir al terrorismo en su propia madriguera. Esta vez debería luchar
sin armas y descubrir los planes de las bandas criminales más violentas, los
mismos que vociferaban su odio contra Mandela y lo amenazaron y hostigaron
cuando, en junio de 1990, los obreros afroamericanos quisieron honrar al
luchador antirracista.
Pensaría siempre en aquella foto de
Mandela que tres lustros atrás, al ser apresado, Gerardo guardó celosamente,
única y fiel compañera en aquel calabozo de castigo, en el cual pasó los
primeros diecisiete meses de su injusto y prolongado cautiverio.
En cuanto pudo hacerlo se acercó al
grupo que rodeaba el teléfono. Disponía de muy poco tiempo. Sin vacilar, envió
este mensaje:
“Quienes dedican ilimitados recursos
a borrar y reescribir la historia, y lo tuvieron en sus listas de ‹‹peligrosos
terroristas››, hoy sufrirán de amnesia colectiva.
Quienes lo agraviaron negándole un
homenaje en la Ciudad de Miami, por abrazar a Fidel y agradecer la ayuda de
Cuba a África, hoy tendrán que callar avergonzados.
Los Cinco seguiremos enfrentando
cada día la injusta prisión -hasta el final- inspirados en su ejemplo de
lealtad y resistencia.
¡Gloria eterna al gran Nelson
Mandela!
Gerardo Hernández Nordelo
Prisión Federal de Victorville
California. Diciembre 5 de 2013”
Regresó a la celda con la
satisfacción del deber cumplido. Afuera, los fabricantes de amnesia inundaban
al mundo con visiones empalagosas, falsas, destinadas a borrar la verdad de la
lucha contra el apartheid y la vida heroica de Mandela. Para Gerardo la lucha
continúa.
La Habana, diciembre 24 de 2013
PS: Desde el 21 de diciembre
Victorville está otra vez en “lock down”.
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