sábado, 26 de abril de 2014

Actualidad de la cultura martiana

Por Armando Hart Dávalos 

En el presente siglo XXI la cultura martiana, a partir de su tradición humanista orientada en favor de los “pobres de la tierra”, puede y debe desempeñar un papel clave en la evolución ulterior de las ideas y el carácter del movimiento intelectual y espiritual. Todo depende de que los cubanos seamos capaces de profundizarla en lo nacional y promoverla en lo internacional, a la luz del legado del Maestro.
Recordemos que su larga permanencia en los Estados Unidos le permitió descubrir cómo andaban divorciados en ese país el desarrollo material y el crecimiento de la vida moral y espiritual, aunque él reconoció, desde luego, las virtudes de la tradición democrática y liberal de Norteamérica, pero mostró, a su vez, los peligros que representaba el individualismo feroz y desenfrenado que allí existía, así como, el divorcio entre el desarrollo económico, tecnológico y científico y los sentimientos de solidaridad y de amor al prójimo, lo cual se presentó en la sustancia misma del crecimiento imperialista, en la raíz más profunda del drama de nuestra época.
El colosal problema descrito por el Maestro ha llegado a su punto culminante. La tragedia se halla en la incapacidad e impotencia del sistema dominante en Norteamérica para responder a las responsabilidades políticas y culturales que su poderío económico y militar les incita a ejercer.
Es en los Estados Unidos donde se halla la esencia del drama contemporáneo. Como siempre sucede con los grandes imperios en su ocaso, la irracionalidad y la torpeza aparecen en la superficie de un sistema que debe ser transformado, pero en un sentido radicalmente opuesto a lo que desean los que toman las decisiones de poder. El sistema jurídico internacional debe sufrir transformaciones, pero a partir de las normas y leyes establecidas y para ampliar la democracia y la participación de los pueblos y naciones en la toma de decisiones.
Las necesidades de transformación están en dirección contraria a los intereses de los que decretaron el fin de la historia y la muerte de las ideologías. En todo caso estas afirmaciones sólo revelan la incapacidad ideológica y la decrepitud histórica de la propia civilización que ha prevalecido hasta aquí ¿No será que la humanidad necesita cambios? Que se pueda o no, es otra cosa, pero los gérmenes de esas necesidades están a la vista. Sí, hay que cambiar, pero no en el sentido conservador y reaccionario con que suele abordar estos temas los líderes principales del establishment norteamericano; porque la esencia del problema está, en que la potencia más poderosa de la tierra no tiene fundamentos culturales para extenderse por el orbe, sólo puede hacerlo de manera factual y esto no basta para crear, sólo sirve para destruir.
Las civilizaciones que han logrado ampliar su dominio y desarrollarse hacia latitudes distantes de sus centros de origen han debido disponer de una tradición y de un espíritu fundacional basados en una cultura y en sólidas instituciones como las que no disponen los Estados Unidos de Norteamérica. Así ocurrió, por ejemplo, con la civilización grecorromana, que se amplió por Europa y constituyó de uno de los pilares de la llamada cultura occidental.
La civilización dominante en Norteamérica posee un sentido pragmático de la vida que le sirvió para recorrer un camino de incuestionable progreso, pero no ha forjado una cultura que posea la riqueza y la capacidad indispensables para reproducirse y crear valores espirituales duraderos, mucho menos en un mundo que en aspectos sustantivos tiene una mayor riqueza cultural.
Por escandaloso que les parezca a los aldeanos vanidosos que mandan en la superpotencia, ellos no poseen la cosmovisión universal indispensable para entender el significado y la consecuencia de los nuevos procesos de internacionalización de la riqueza que, con superficialidad, están llamando globalización. Muchos de ellos ignoran el drama social que se incuba. Esa civilización contiene gérmenes de fracturas serias, vale la pena estudiar con rigor esta tragedia universal, en tanto involucra a todo el mundo.
La tendencia al aislacionismo presente en vastos sectores sociales unido al pragmatismo de sus decisiones económicas y de su política internacional, choca con las responsabilidades que supuestamente pretende asumir en un mundo que no les resulta sencillo dominar. Lo mejor de la cultura norteamericana está frenado por el individualismo feroz que se impone en ese país, ajeno al sentido trascendente que se requiere para crear nuevos mundos. Respetamos mucho al pueblo norteamericano y tenemos la esperanza de que retomando sus mejores tradiciones pueda evitarle al mundo nuevas catástrofes como las que desencadenan los círculos dominantes de su país. Una revitalización de las ideas libertarias en el seno de la sociedad norteamericana podría ser la solución. Pero con el sentido pragmático e individualista, rechazando los paradigmas y los valores universales que la vida humana ha creado sobre la tierra, no puede Estados Unidos hablar con propiedad de que se convertirá en un modelo aceptable para el mundo.
En el pensar de los ideólogos conservadores de Norteamérica, el empeño en favor de nuestra identidad es caracterizado como negación de la democracia y de la libertad. No entienden otra cosa que la exaltación a ultranza del individualismo, no se percatan de que se trata de una trampa. Ella consiste en que tal exacerbación de lo individual significa la negación de los derechos individuales de millones de personas.
Todo esfuerzo de integrar el pensamiento a un empeño social y colectivo lo califican de totalitarismo. El liberalismo, nacido en la lucha contra el despotismo feudal y monárquico, desempeñó un papel revolucionario, pero no estamos en la Europa del siglo XVIII y principios del XIX, sino en un mundo infinitamente más complejo. Es pura fantasía reaccionaria hablar de democracia y libertad sin tener en cuenta las necesidades de los miles de millones de seres humanos que habitan el planeta.
En fin, los Estados Unidos es una sociedad fragmentada con una tradición de pensamiento liberal conservador que ofrece obstáculos a la integralidad del pensamiento humano. En cambio, en América Latina y el Caribe, se observa como tendencia más progresista, la aspiración a una integralidad que conduzca a la acción en favor de la justicia. Esta es la genuina vergüenza del hemisferio occidental.
Las diferencias entre las formas de pensar de los intelectuales latinoamericanos y caribeños con las que se imponen en el seno de la sociedad norteamericana están en que los primeros tendemos a la integración y articulación de valores, elementos y componentes de la cultura, y en los segundos se observa un proceso de atomización al que sirve de sustento el pragmatismo. Tales diferencias tienen orígenes y causas históricas, económicas, sociales y culturales.
Nunca se llegó a entender con el rigor necesario, ni mucho menos extraerle sus consecuencias filosóficas y prácticas, el valor que objetivamente posee el espíritu asociativo y solidario que tiene fundamentos objetivos en la evolución natural que forjó y desarrolló al hombre y que marcó su singularidad en el reino animal. Nunca fue suficientemente esclarecido y objetivamente tomado en cuenta que la vida espiritual y moral tenía enormes posibilidades de crecer sobre el fundamento de promover a un plano superior el papel de la educación y la cultura. Los instintos de sectores, grupos, clases e individuos se han opuesto siempre a la cabal comprensión de este propósito.
Obviamente, esta función de la cultura sólo se puede resolver a plenitud cuando se articula con la ciencia, lo que únicamente es posible con un concepto integral de cultura, caracterizándola como lo creado por el hombre a partir de la transformación de la naturaleza y sobre la base de una visión de fondo de sus raíces antropológicas.
La degradación y la fractura ética están en la esencia del drama. Las revoluciones científico técnicas más importantes de los últimos tiempos, la informática y la mediática, la biotecnología y la ingeniería genética, han sido empleadas al servicio de los intereses creados, la humanidad puede acabar por ese camino, cumpliendo en su totalidad la pesadilla de Orwell: sociedades de zombies manipulados para la producción y el consumo.
La corrupción de las costumbres y los consorcios de la droga marcan la impronta de la vida cotidiana en muchos países desarrollados, y para mayor escarnio se le achaca toda la responsabilidad de esta última a las zonas pobres productoras de la materia prima.
El más vasto proyecto de liberación humana emprendido en la pasada centuria sufrió un colapso. Alguien me dijo que los cubanos éramos náufragos del desastre, a lo que le respondí: los sobrevivientes nadamos hacia tierra firme y somos los que más tenemos que contar. Las causas medulares de la debacle tienen fundamentos culturales: la subestimación de los factores subjetivos que denunciaron desde la década del 60 Ernesto Guevara y Fidel Castro y por consiguiente de lo que se ha llamado superestructura y su tratamiento anticultural.
Se pasó por alto a la cultura en su acepción cabal y por tanto universal. Como consecuencia, se impusieron las pasiones más viles de los hombres y no pudieron promoverse al plano requerido por la aspiración socialista, sus mejores disposiciones. Esto en las condiciones de sociedades que habían colectivizado las fundamentales riquezas generó el inmovilismo, la inacción, la superficialidad y acabaron exaltándose los peores rasgos del aldeanismo que estaba en el sustrato socio-cultural de aquellos países. Así perdió toda realidad el llamado socialismo real. Pero lo que se derrumbó no sólo fue el campo socialista sino el sistema de relaciones políticas vigente a escala internacional en la segunda mitad del siglo XX.
Estos hechos constituyen una amarga enseñanza en la historia de las civilizaciones ¿Tomará lección de ello la moderna civilización occidental? ¿Tendrá recursos, imaginación y voluntad para entender que la humanidad está aproximándose a límites que pueden ser insalvables? Hay un viejo concepto que martilla en mi conciencia personal: la historia ha significado una lucha abierta, aunque unas veces velada, entre explotados y explotadores y siempre ha concluido con el triunfo de unos o de otros, o con el exterminio de ambos. Trasládense estas verdades a las realidades y al análisis de los procesos que actualmente transcurren y se tendrá la dimensión del drama que pesa sobre el hombre en el presente siglo XXI.
La civilización occidental sólo puede salvarse del caos y de la muerte exaltando sus más hermosas tradiciones espirituales y humanistas y asumiéndolas en todas sus consecuencias, es decir, no en una forma simplemente retórica y esquemática como suele hacerlo para servir al apetito insaciable de unos cuantos, sino para defender los intereses de todos. Las clases conservadoras y reaccionarias han hablado hipócritamente de humanismo y de lo que debemos tratar es de que se aplique de verdad y para toda la población.
Cuba defiende su identidad en medio de la crisis de valores éticos, políticos, e incluso, jurídicos, que se expresan en el inmenso vacío y la angustia espiritual de la moderna civilización. Lo hacemos a partir de una cultura, que Fernando Ortiz caracterizó como un ajiaco, es decir, la síntesis lograda de una diversidad de procesos universales. Somos una consecuencia histórica de los mejores ideales de la edad moderna. Cuando tales valores han sido lanzados por la borda por el materialismo vulgar y grosero impuesto en el mundo que llaman unipolar, nuestra Patria se yergue como estandarte de la dignidad humana.
Para abordar tan complejos problemas, la sociedad cubana de hoy exalta dos cuestiones: primero: la tradición ética que nos viene de la historia desde principios del siglo XIX y que recorre casi dos centurias, y segundo: la libertad, la igualdad y la fraternidad de todos los hombres y mujeres de nuestro pueblo. Esto nos obliga a plantear el tema del desarrollo económico y social, y a programar medidas con una cosmovisión socialista. Ética y desarrollo económico integran una unidad sobre la que debemos trabajar promoviendo lo uno y lo otro.
Con agudeza que a estas alturas nos sobrecoge, el reclamo martiano parece un mandato de plena vigencia y palpitante perentoriedad, cuando dijo: “Las redenciones han venido siendo teóricas y formales; es necesario que sean efectivas y esenciales (...) El primer trabajo del hombre es reconquistarse. Urge devolver los hombres a sí mismos”.
Educación, Ciencia y Cultura integran una identidad donde se decide la lucha por el futuro de nuestra especie. Sin fortalecer este núcleo programático nadie puede asegurar que en el siglo XXI una cadena de sucesos dramáticos no desemboque en el último episodio de la historia del hombre. Entonces sí se hará real el fin de la historia, proclamado una vez por un tecnócrata de la postmodernidad.
Hay que asumir en todas sus consecuencias la idea martiana ser cultos es el único modo de ser libres. Nunca ha sido más necesario y apremiante entender el significado y el valor práctico de esta expresión martiana. El país reclama que las personas de mayor sensibilidad, inteligencia, conocimiento y cultura se integren en un esfuerzo común junto a todo el pueblo para abordar los nuevos y complejos retos que tienen ante sí las ideas revolucionarias, y que se revelan en el terreno de las ciencias sociales, políticas, culturales y humanistas de una forma tan evidente y con peligros tan graves y concretos que me hacen pensar si muchas veces en los debates que se producen en torno a tales cuestiones en el seno de la sociedad, no estaremos acaso discutiendo si son galgos o podencos.
Los desafíos políticos y culturales de carácter práctico e inmediato nos exigen romper los moldes y esquemas heredados de una práctica “socialista” que demostró objetivamente su ineficacia, y enfrentar nuestros deberes dentro del país y los que nos imponen las realidades internacionales, con aquel pensamiento martiano: Injértese el mundo en nuestras repúblicas, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Obsérvese que se trata de un mandato y para esto es necesario que reconozcamos que han cambiado radicalmente las reglas de juego en el debate internacional de las ideas.

La tradición de cultura ética de la política cubana, que fue precisamente factor decisivo en el desarrollo de la Revolución desde los tiempos del Moncada, es una fuerza de incalculable dimensión para el curso ulterior de la misma. Cuando el Apóstol convocó a la guerra necesaria, le pareció absurdo que con la alta misión que el porvenir le tenía reservado a nuestro país en América y el mundo hubiese cubanos que atasen su suerte a lo que él llamaba monarquía podrida y aldeana de España. Hoy me he confirmado en la convicción martiana acerca de las posibilidades que la cultura cubana tiene en el presente y para el porvenir, me comprometo antes ustedes, lectores de Por Esto!, a continuar profundizando en estas ideas hacia el futuro.

Defender nuestro socialismo y su perfeccionamiento como la única alternativa para salvar la cultura

Compañero General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central de nuestro Partido y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros
Artistas, escritores y creadores:
Compañeras y compañeros:

Vivimos en un momento trascendental de la historia patria. Siguiendo el rumbo trazado por el Sexto Congreso del Partido, que reflejó el debate  protagonizado  por todo el pueblo, vamos implementando los lineamientos de la política económica y social que allí acordamos. La tarea es gigantesca y no se hace en las condiciones asépticas e ideales de un laboratorio: la actualización del modelo se lleva a cabo al mismo tiempo que se asegura el funcionamiento de la economía y la vida cotidiana de los 11 millones de cubanos, en un entorno de crisis internacional y de bloqueo recrudecido. Entramos justamente ahora en lo más difícil: las transformaciones en la empresa estatal socialista y la unificación monetaria y cambiaria.
En recientes y esclarecedores discursos, el Presidente Raúl Castro reconoció la presencia de manifestaciones de indisciplina social, ilegalidad, delito y corrupción, inaceptables en nuestra sociedad, y que éramos, sin dudas, un pueblo instruido, pero no necesariamente educado ni culto. Además se refirió a las nuevas modalidades de subversión que tratan de poner en práctica nuestros enemigos, y cuya estrategia principal consiste en la instauración de una plataforma de pensamiento neoliberal y de restauración del capitalismo neocolonial, enfilada contra las esencias mismas de la Revolución y con el afán de generar una ruptura ideológica entre generaciones, todo lo cual atenta contra los valores, la identidad y la cultura nacionales.
La reciente revelación de un plan del gobierno de los Estados Unidos para promover la subversión en Cuba mediante una red de mensajería orientada hacia los jóvenes con la intención de desencadenar una ¨primavera cubana¨ es una fehaciente expresión de estas siniestras intenciones.
Al enumerar las fuerzas con las que contamos para   enfrentar esos desafíos, nuestro Presidente mencionó, en primer lugar, a los intelectuales y artistas, cuyo compromiso patriótico, como parte de la gran masa del pueblo, está fuera de toda duda.
Con ese espíritu se ha proyectado, desde la base, el debate de este Congreso de la UNEAC, que ha ratificado que la cultura debe acompañar al esfuerzo que se está haciendo hoy para desplegar las fuerzas productivas y también las reservas morales del país, y lograr así un socialismo próspero y sostenible donde lo que distinga al ser humano no sean las posesiones materiales, sino la riqueza de conocimientos, cultura y sensibilidad. Un componente de esta prosperidad, de esa calidad de vida que esperamos alcanzar, radica en la dimensión espiritual que ofrece la cultura. Se trata de buscar el desarrollo y crecimiento económico, pero con el alma plena de sentimientos y espiritualidad; y eso se logra salvando la cultura, que es a la vez salvar la Patria, la Revolución y el Socialismo.
Esto exige de nosotros que seamos cada día más eficaces en la defensa de nuestra identidad nacional, en la promoción de los auténticos valores de la cultura cubana, tanto de los más jóvenes como de los maestros, de cara al enriquecimiento de la vida espiritual de todo el pueblo.  También en el trabajo por lograr que nuestra historia, y en particular la de la Revolución, llegue a las nuevas generaciones de manera amena, sentida y efectiva.
No podemos desconocer hoy que el principal instrumento de dominación con que cuenta el imperialismo es cultural e informativo. Ha logrado que en todo el mundo prevalezcan de manera aplastante los patrones de su industria del entretenimiento y de la maquinaria mediática a su servicio. La humanidad sufre en el presente la ofensiva de una operación de colonización cultural a gran escala. Se trata de imponer el frívolo e injusto modelo del llamado sueño americano, denunciado tempranamente por nuestro José Martí.
Unas pocas corporaciones, muy poderosas, imponen los paradigmas, ídolos, modas y formas de vida que predominan actualmente en nuestra época. Sus mensajes, en apariencia variados, forman parte de un discurso único, hegemónico, que asocia felicidad y consumo, éxito y dinero, que hace una apología constante del capitalismo y de la superioridad imperial; que se empeña en descalificar todo pensamiento independiente y cualquier causa que se oponga a sus intereses. Junto a la instigación permanente al consumismo promueve, además, el individualismo y egoísmo que desideologiza y desmoviliza.
Cuba está sometida también a esa influencia, a la que se suman los planes específicos de subversión contra nuestra Revolución, que tienen entre sus blancos a los intelectuales y artistas, con el propósito de separarlos de toda intención y preocupación social, para que entonces el cine, la  literatura y el teatro reflejen y enaltezcan los más bajos sentimientos humanos, las más perversas y nocivas ideas y cualquier tipo de inmoralidad. Así pretenden sembrar en ustedes la banalidad y la frivolidad, alejarlos del compromiso político y social y crear el caos y la confusión. Por eso es tan importante para la Patria contar con una vanguardia artística como la representada en la UNEAC, que pueda hacer contribuciones decisivas en la batalla cultural, frente al proyecto colonizador global y frente a los intentos subversivos del Norte revuelto y brutal.
En las condiciones actuales, mantener la coherencia de la política cultural cubana resulta una tarea prioritaria frente a los intentos de los enemigos de dividir al movimiento artístico y manipularlo con aviesos propósitos.
Es necesario y urgente fomentar los valores éticos y estéticos, y favorecer el crecimiento integral del ser humano, ese gran protagonista del socialismo. Como ha expresado la Doctora Graciela Pogolotti: “La cultura nutre el espíritu de la nación y hace brotar valores y formas de comportamiento”.
Nuestro principal desafío radica en la batalla contra los mensajes seudoculturales asociados a la exaltación del consumismo, a la desvalorización de la cultura nacional y a su intrínseca proyección universal.
Un deber insoslayable de los escritores y artistas es evitar que la crisis de valores generada por contradicciones circunstanciales pueda desembocar en la filosofía del ¨conservatismo social” denunciado reiteradamente por el profesor Martínez Heredia.
Debemos prepararnos cada vez mejor para la confrontación de ideas que se está planteando en el campo de la cultura, de las ciencias sociales, del pensamiento; defender nuestro socialismo y su perfeccionamiento como la única alternativa para salvar la cultura, una de las conquistas principales de la Revolución. No olvidemos que la disyuntiva es socialismo o barbarie. Y, precisamente por ello, la dimensión espiritual no debe descuidarse: tenemos que salir adelante en lo económico y al mismo tiempo en el campo de los valores, de la conciencia. O no tendremos patria independiente y socialista.
Para lograrlo resulta imprescindible consolidar espacios sistemáticos de debate en el seno de la UNEAC, de la Asociación Hermanos Saíz, de las instituciones de la cultura, y la presencia en  nuestros medios de materiales que defiendan a la Revolución, su cultura y su obra. Hay que enfrentar con argumentos (que de hecho nos sobran) las tendencias a distorsionar y desmantelar la historia revolucionaria, y a edulcorar  el pasado capitalista.
La vanguardia artística debe defender nuestras verdades sin actitudes vergonzantes ni temor a ser acusados de “oficialistas”. El oportunismo de aquellos que quieren marcar distancia y convertirse en “personajes” haciendo guiños al enemigo, debe ser desmontado en nuestras publicaciones y en las redes sociales. Tenemos que saber diferenciar al que plantea dudas y criterios con honestidad en nuestros espacios de debate, del que busca notoriedad, sobre todo fuera del país, con posiciones oportunistas.
Hay que luchar incansablemente por la unidad de los intelectuales y artistas revolucionarios. Una unidad que no puede basarse, como nos ha alertado el General de Ejército, en la falsa unanimidad, en la simulación, en consignas y en retórica. Una unidad que debe articularse en un ambiente de diálogo transparente, serio, constructivo, donde confluyan ideas diferentes dentro del marco de los principios y se llegue a propuestas que ayuden a la toma de decisiones en este momento tan trascendente.
Debemos evaluar con rigor el impacto de las nuevas tecnologías en el consumo cultural, en la creación y la distribución. No puede verse ese impacto como algo negativo, sino como un reto inédito para la relación de las instituciones con los creadores, que debe reforzarse sobre reglas de juego diferentes. Tenemos que usar las nuevas tecnologías para promover lo mejor del talento con que contamos.
Las nuevas tecnologías permiten hoy que las personas decidan individualmente qué consumir en términos de cultura. Es una falsa “libertad”, como sabemos, porque el mercado y la publicidad les imponen un repertorio muy limitado, donde pocas veces los auténticos valores tienen cabida. Sin embargo, hay que diferenciar los espacios públicos de los privados. El Estado, por supuesto, no puede interferir en el consumo cultural que decidan asumir los ciudadanos en sus viviendas. Pero en los espacios públicos, la difusión de música y de materiales audiovisuales debe ser regulada.
La política cultural es una de las conquistas principales de la Revolución cubana, y su aplicación está reservada al Estado y a su red de instituciones, contando con la participación de nuestros intelectuales revolucionarios.
Debe reservarse las decisiones sobre qué se presenta, qué se promueve, qué aparece en los medios, qué y cómo se comercializa a través de los circuitos institucionales. Al  propio tiempo, se debe legislar sobre la presencia del arte en aquellos espacios de servicios públicos que funcionan bajo formas de gestión no estatal.
Es imprescindible estudiar en qué zonas de nuestra vida cultural pueden tener cabida las formas de gestión no estatal, a partir del concepto básico de preservar como un principio inalienable la aplicación con coherencia de la política cultural en cualquier escenario, estatal o no estatal. Las decisiones asociadas a la distribución del arte a través de nuestros medios y circuitos institucionales, son de los organismos competentes y responden a nuestras prioridades. Hay que tener en cuenta las tendencias del mercado; pero jamás podemos dejar en manos del mercado la política cultural. El mercado del arte, aunque es una realidad insoslayable, no puede fijar entre nosotros las jerarquías ni los modelos de consumo cultural.
No podemos abrir cauce a las tendencias ingenuas de confiar en mecanismos capitalistas de promoción, ni a la inclinación a debilitar o suprimir el sistema institucional que ha sido eje y bastión de la cultura revolucionaria. El fortalecimiento y la defensa de la institucionalidad es vital.
Estamos obligados a transformar nuestras instituciones en entidades más activas y eficaces para representar en el país y en el extranjero a los creadores cubanos, y para elevar la calidad de vida de la población con el indispensable componente de una oferta rica y diversa de opciones culturales. Pero no podemos demoler las instituciones. El enemigo quiere precisamente eso: destruir la institucionalidad revolucionaria. Nuestra respuesta debe ser mejorarlas, desburocratizarlas, hacerlas más eficientes.
La descolonización de los procesos culturales, con la participación decisiva de los medios de comunicación masiva, tiene que estar entre las principales prioridades de las instituciones y de las organizaciones de creadores. La promoción intencionada de los más valiosos creadores cubanos, de nuestras raíces y tradiciones, debe constituirse en un valladar frente al gran proyecto colonizador. Al propio tiempo, estamos obligados a difundir lo mejor de la creación latinoamericana, caribeña y universal.
Podemos y debemos influir en el gusto de la población: no con prohibiciones que sólo sirven para crear el efecto contrario al deseado, sino con el diseño de políticas coherentes, donde confluyan todos los instrumentos que tiene el Estado, incluidas las instituciones educativas.
Cada vez se hace más claro cómo se entrecruzan educación y cultura, pues una es complemento de la otra. A lo largo del proceso del Congreso, ustedes se han referido a áreas de la educación como la enseñanza de la lengua materna, de la Historia, y la Educación Artística, así como al análisis de la escuela como institución capaz de ser el centro cultural más importante de la comunidad.
En esos planteamientos se evidencia la necesidad de una mayor coordinación en la labor de todos los organismos y organizaciones que influyen en la formación educacional de nuestros niños y jóvenes. Debemos actuar por encima de cualquier espíritu de feudo, con mayor intencionalidad, priorizando la formación integral de nuestros maestros y profesores, de manera permanente, para que estén en mejores condiciones de ofrecer una influencia más positiva y abarcadora en la educación de nuestros niños y jóvenes. Desde la UNEAC, ustedes pueden brindar una ayuda apreciable.
Creo que se hace indispensable el diálogo y la confrontación inteligente de ideas desde nuestra democracia socialista, entre la intelectualidad cubana y las instituciones. Un intercambio que tiene como premisas la independencia y la soberanía de la Patria y una posición firme y clara ante las maniobras engañosas y los peligros que entrañan los cantos de sirena que nos llegan desde el exterior y desde algunos espacios interiores, con los cuales discrepamos. Una interlocución que hay que sostener  con la fuerza y el poder del pensamiento y de la cultura. Incluso propiciar el debate público, mediático, en aquellos espacios de amplia comunicación con nuestro pueblo y en otros no tan masivos, pero de prestigio, como los de la UNEAC, y demostrar así la fuerza de nuestras ideas y posiciones.
Cualquier tipo de discriminación y anomalía social debe ser objeto de riguroso análisis. Tenemos que emitir nuestras consideraciones, preocupaciones y ofrecer soluciones para hacerlas desaparecer y evitar su reproducción, porque constituyen parte de un fenómeno esencialmente cultural con repercusiones en todas las esferas de la vida cubana y en contradicción evidente con los objetivos de transformación social que trazó la Revolución y defendemos hace más de medio siglo.
Tenemos el deber de defender, al mismo tiempo, nuestro patrimonio cultural como premisa para la construcción del futuro.
En el contexto de la actualización del modelo de gestión económica del país debemos encontrar nuevas formas que sin mercantilismo cultural ni malgastando los recursos presupuestarios del estado, aseguren la renovación y continuidad de los procesos culturales que dan lugar a la existencia misma de la nación.
El amplio, inteligente y aportador debate sobre nuestros problemas y aspiraciones, expresados en diversos temas, no se puede agotar completamente en este congreso, y mucho menos en este discurso de clausura. Por eso el espíritu de debate constructivo que se suscitó mucho antes del evento en los encuentros de base, que se extendió a los de provincias y secciones y que se ha ratificado y ampliado en los días de congreso, debe continuar y tener seguimiento en próximos plenos del Consejo Nacional para instrumentar e implementar todo lo que sea posible. Pueden estar seguros de que contarán con el apoyo del Partido y el Gobierno de la nación.
Ustedes han reconocido que la Revolución ha estado en permanente sintonía con la vanguardia del pensamiento social, político y cultural de la época, y esa ha sido una de las claves de su consolidación como proyecto político. La unidad ha sido y sigue siendo la estrategia fundamental de la Revolución Cubana, lo que, como sabemos, no equivale a homogeneidad de pensamiento, sino a la concertación posible de diferentes puntos de vista.
Defiendan esa unidad imprescindible para garantizar la continuidad de la Revolución.
Con valentía y pasión han aceptado el enorme reto de construir el sujeto cultural que debe protagonizar las transformaciones en nuestra Cuba, junto a todos los sectores de la sociedad cubana y con el pueblo.  Entréguense con reanimado optimismo a tan digna y necesaria tarea.
Por los resultados de este congreso podemos afirmar que la vanguardia genuina de nuestros escritores y artistas, existe, vive, consciente y comprometida con su Revolución,  crea con dignidad y combate sin tregua los esquemas seudoculturales y dogmas que nos tratan de imponer, ajenos a la idiosincrasia de nuestro pueblo. Que nada los frene en esas convicciones y en el empeño de construir un socialismo sostenible, próspero y por supuesto, implícitamente culto.
Permítanme felicitar, en nombre de la Dirección del Partido y el Estado, a los compañeros elegidos para encabezar a la UNEAC en este mandato, especialmente al querido y admirado Miguel Barnet, y a todos ustedes por haber celebrado un Congreso a la altura de lo que la Patria necesita en estos tiempos.
¡Viva la cultura cubana!
¡Viva la Revolución Cubana!
Muchas gracias
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Tomado del Sitio Juventud Rebelde

Gerardo Hernández: "Esta batalla hay que librarla con mucho entusiasmo"

Fernando González: “Fuimos conscientes de que estábamos pagando por ser revolucionarios”

Por: Hernando Calvo Ospina

Los vi venir. La cita era en la Plaza de Armas, del lado de El Templete, en La Habana Vieja. Creí que nunca llegarían. Su paso era lento, despreocupado. Querían mirar y reparar en todo. Era como si quisieran descubrir la ciudad. Como si fueran los más dedicados turistas.
Quise ir a su encuentro pero desistí cuando miré a su alrededor. Muchos ojos se abrían desmesurados, como no creyendo que eran ellos. Entonces una mujer se acercó a ellos, y los tocó para constatar que sí eran. Se lanzó en abrazos. Avanzaron unos pasos y llegaron otros tres jóvenes para saludarlos. Pero la mayoría se contentaba con admirarlos. Ellos, con la mayor ternura recibían y observaban esas demostraciones de cariño.
Después de haber escuchado una versión de la Guantanamera, adaptada a los “Cinco Héroes” por tres músicos callejeros, al fin llegaron al lugar de la cita. Ahí sí me acerqué. Mejor, me fui directo para abrazar a Fernando. Nos fundimos en un abrazo como poquísimos he dado y he recibido de un hombre. Mi admiración por su noble labor y sus años pasados en prisión se fueron en el mío. Luego saludé a su esposa, Rosa Aurora Freijanes. No supe a quién debía saludar en primero: René, el otro antiterrorista libre, o a su esposa Olga, con los cuales ya había tenido la oportunidad de compartir unos momentos meses atrás. Creo que primero la abracé a ella. En ese momento noté que una dama trataba de pasar desapercibida: Elizabeth Palmeiro, la esposa de Ramón Labañino, otro de los antiterroristas cubanos que aún sigue pagando injusta condena en Estados Unidos.
Dominique Leduc, secretaria general de la Asociación de solidaridad France-Cuba, estaba más que sorprendida. Yo la había invitado sin precisarle de qué se trataba.
Había mucho viento, lo que dificultaba filmar en la calle. Por eso pedí a la dirección de un hotel que me permitiera hacerles la entrevista en el pequeño patio. Apenas dije de quienes se trataban aceptaron de inmediato: “Es un gran honor para nosotros acoger a nuestros Héroes”. No había dado la espalda para ir en su búsqueda, cuando sentí que la noticia comenzaba a propagarse entre los trabajadores. “Este pueblo les debe mucho”, le escuché decir a un hombre de piel bien negra, muy emocionado.
Ahí tenía sentado a Fernando para hacerle unas preguntas. Antes de que Roberto Chile, el reconocido camarógrafo cubano, diera luz verde a la filmación lo observaba y me preguntaba: ¿¡cómo pueden ser tan humildes, tan humanos, cuando en cada esquina y hogar de Cuba están presentes!?
“Los guardias me despertaron a la una de la madrugada del jueves 27 de febrero. Después me encadenaron de manos, cintura y pies, y a las 3h30 me sacaron de la prisión de Safford (Arizona). Presuntamente estaba en libertad, pero ahí mismo, en la puerta, fui detenido por las autoridades de migración. Y me llevaron en una caravana de vehículos muy custodiado hasta la ciudad de Phoenix. Luego a Miami… El operativo duró unas 36 horas. Siempre estuve esposado, y en medio de un gran operativo de seguridad que me sorprendió.
“Hasta en el avión que me trajeron a Cuba traía esposas, aunque eran de plástico, las que cortaron cuando el avión abrió la portezuela en el aeropuerto José Martí de La Habana. Sólo en este momento me sentí libre.”
¿Cómo se comportaron los presos contigo? ¿Sabían quién eras?
Al comienzo era un preso más. Pero poco a poco se fue haciendo conocido el caso debido a la solidaridad internacional. La solidaridad de las organizaciones en Estados Unidos logró que en algunos canales de televisión alternativos se informara de nosotros. Además, los materiales de lectura que recibíamos los compartíamos con los otros presos. Esto fue llamando la atención, y así se fueron dando cuenta que éramos personas con un pensamiento diferente. Entonces venían para charlar de Cuba, de la Revolución.
Estuviste preso quince años, cinco meses y quince días. ¿Fue un castigo que se le dio a Fernando González?
Desde el inicio de este proceso fuimos conscientes de que estábamos pagando por ser cubanos revolucionarios. Por estar realizando una labor para el pueblo de Cuba, para la Revolución, y hasta para el pueblo de Estados Unidos, pues evitamos acciones terroristas que le hubieran podido afectar.
El castigo no fue contra mí, contra nosotros: fue una necesidad de venganza por el odio que tienen contra un proceso revolucionario, contra una historia. Y así lo asumimos.
¿Cómo te sientes en Cuba?
Me siento bien libre, y no solo por haber salido de un régimen de cárcel. Tengo esa libertad que me negaron en Estados Unidos. Aquí tengo la libertad de hacer lo que quiero, incluyendo la libertad política. Es que en Estados Unidos no se es libre de pensamiento, porque ellos tienen muchos mecanismos para controlar y manipular a las conciencias de las personas.
Quedan tres antiterroristas cubanos en prisión…
Tenemos una deuda de gratitud con todos los amigos del mundo por lo que han hecho por nuestra libertad. Pero tenemos aún muchísimo por hacer, porque no nos conformamos que Ramón y Antonio cumplan su sentencia, como la cumplimos René y yo. Hacerlo significaría que Gerardo nunca regresara. Por eso los amigos de la solidaridad en el mundo deben seguir presionando para que los tres salgan y regresen lo más pronto posible.
fernando gonzalez habana vieja
¿Sientes que la Revolución y el pueblo cubano te cumplieron?
Me cumplieron. Nos cumplen. Pero es que nunca tuve dudas. Nosotros estábamos claros de cuál era nuestra responsabilidad, y que debíamos resistir. Estábamos conscientes de que públicamente, o no, íbamos a tener el apoyo de la Revolución, del pueblo de cuba. Y esto incluye a muchos cubanos residentes en Estados Unidos y el mundo. Un día se decidió que la defensa y apoyo a los Cinco se hiciera pública. Eso fue una decisión política. Pero aunque no hubiera sido así, nosotros sabíamos que no íbamos a estar solos.

Los Cinco saludan el VIII Congreso de la UNEAC

Por Monica Rivero
Justo antes de dar lectura al dictamen de la comisión Educación, Cultura y Sociedad, que suscitaría intervenciones de las más lúcidas y provechosas del encuentro, se compartió en plenario el mensaje que los cinco antiterroristas cubanos —de los cuales tres permanecen arbitrariamente prisioneros en cárceles norteamericanas— enviaron un en saludo al VIII Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
El mensaje, remitido desde la prisión federal de Marianna, donde se encuentra recluidoAntonio Guerrero, está firmado por él y sus cuatro hermanos de lucha: Gerardo Hernández,Ramón Labañino y, desde Cuba, por Fernando González y René González.
La misiva apela a la intelectualidad y los artistas cubanos a estar a la altura de los tiempos que corren, en sintonía con “el momento histórico que vive nuestro pueblo revolucionario (…)”.
Señalaba asimismo que sobre este sector de la sociedad, “recae una inmensa responsabilidad en la defensa de la plena independencia alcanzada el 1ro de Enero y del socialismo”.
“Éxitos en el congreso y en sus tareas. Cinco abrazos fuertes”, concluyó, apenas antes de la ovación generalizada de toda la sala.