Por: René González
Sehwerert
27 de noviembre de 2000
Primer día del juicio. Comienza la parte visible que
sigue a los dos años de actividad “underground” en que el proceso ha avanzado
un buen trecho lejos del escrutinio público.
Se discute el calendario. El
trabajo será de lunes a viernes entre las 8:30 y la 1:30 pm. Vacaciones entre
el 20 de diciembre y el 2 de enero de 2001.
Los fiscales aducen que les
tomará un mes la presentación de su caso. La defensa calcula en 15 días su
refutación. Todos satisfechos de que el juicio dure hasta finales de febrero
antes de que comience la selección del jurado.
El primer grupo de potenciales
jurados llega a las 9:45. Todos de pie. La solemnidad hasta el detalle a falta
de esencia. Una explicación de lo que harán como jurados por parte de la jueza
antes de comenzar el interrogatorio o “voirdire” –decir la verdad- en que se
busca encontrar razones que les impidan servir de jurados: Problemas
personales, obligaciones, vínculos con alguna de las partes, entre otras
razones.
Llama la atención la cantidad
de personas que tienen vínculos con Hermanos al Rescate. Otra cosa interesante
es que más de la mitad ha sido víctima de delitos. Cada uno responde a un
cuestionario personal. Van siendo excusados los que por sus respuestas no se
consideran aptos para servir en el panel. A los que quedan se les instruye a no
leer noticias del caso, ni comentar con nadie sobre el mismo aunque sea su
conyugue o familiar cercano. Algo así como instalarse en la luna, pero en
Miami.
Al regreso del almuerzo ya los
familiares de los pilotos de Hermanos al Rescate están dando un show frente al
edificio de la Corte. La Jueza tiene que pedir a los fiscales que paren el
espectáculo de sus ahijados. De paso la prensa –que ha sido vocero de la
fiscalía a través de cientos de artículos amarillos contra nosotros- ya está
merodeando a los posibles jurados. Un muestrario del grupo examinado en la
tarde, tomando un fragmento de mi diario:
“A las 2:50 entra otro grupo
de treinta y cuatro potenciales jurados y pasan por el mismo ritual que sufrió
el primer grupo. En este grupo hay un número mayor que alega problemas con el
calendario, un total de catorce. A la hora de las preguntas generales, hay más
reconocimientos por parte de los jurados:
. Dos personas han hecho
negocios con Basulto.
. Una tiene amistad con la
familia de Mario de la Peña.
. Dos tienen amistad con
Silvia Iriondo.
. Una conoce a Ramón Saúl
Sánchez.
. Dos conocen al periodista
Hank Tester, que yo he visto en actividades del Movimiento Democracia y que
aparece en la lista de posibles testigos.
Salimos medio muertos de la
Corte y entramos al piso alrededor de las 7 de la noche, en medio de los
aplausos y peticiones de autógrafos de los presos que habían visto la noticia
por la televisión. Y en este momento uno de ellos me acaba de decir que
nosotros somos celebridades porque no somos malandros como ellos. Me pidió un
autógrafo.”
Me son devueltas dos cartas
que había enviado a Olguita antes de que la deportaran, y que no recibió.
28 de noviembre de 2000
La Jueza comienza recordando a las partes que una decisión
suya anterior, a petición de la fiscalía, ordena a las partes que no pueden
hacer declaraciones públicas sobre el caso.
Sigue el ritual para
discriminar a los que no pueden hacer de jurados en el segundo grupo. Se van
diez de una propuesta inicial de 34. Unos por confesar su odio hacia los
acusados, otros porque enfrentarían represalias de sus patrones si se les
ocurre no declararlos culpables.
El tercer grupo es también de
34 y se aborda en la tarde. Uno de ellos, que luego sabríamos se llama René Silva,
comienza a resoplar mientras nos mira amenazante. Dato curioso pero
premonitorio: Cinco de ellos han tenido que toparse con las autoridades y no
creen en la honestidad de los oficiales de la ley.
Al leerse el nombre de José
Basulto René Silva salta agitado y dice conocerlo. Repite al ser nombrado
Arnaldo Iglesias, y ya no oculta su rabia mientras sigue mirando hacia
nosotros. El abogado Paul McKenna, que representa a Gerardo Hernández, pide a
la jueza un conciliábulo de las partes, llamado en la jerga de la corte “side
bar”.
Paul explica que el señor
Silva puede explotar de un momento a otro, contaminando al grupo. La fiscal –a
la que Silva le ha estado resoplando en el pescuezo- se hace la chiva con
tontera y dice que no ha notado nada. Se llama al señor al “side bar” y avanza
agresivo, mientras un alguacil se ha situado entre él y nosotros: -Míster
McKenna, yo sé que usted se está muriendo porque yo estoy en el panel. Lo
siento. Estoy por esto muy emocionado desde ya. Estaré feliz de contestar a
cualquier pregunta” .
Sin que se le pregunte explica
que fue director de la Fundación Nacional Cubano Americana, que ha realizado
investigaciones sobre el caso y que tiene opiniones muy fuertes. Se le excusa
de servir en el jurado.
El procedimiento termina a las
6 de la tarde y regresamos exhaustos al piso. Los cubanos que “corren” la
unidad nos han guardado el pollo de la comida, lo cual agradecemos de corazón
por ser este un artículo que les hubiera reportado utilidades, si se hubieran
decidido a venderlo.
4 de diciembre de 2000.
Ese lunes llegamos a la corte
con la expectativa de si la alerta de El Nuevo Herald modificará la conducta de
los potenciales jurados. No nos toma mucho tiempo para descubrir que nuestros
peores vaticinios se han cumplido con creces. Anoto en mi diario:
“Se le pudiera llamar el
desfile del odio. De las once personas que responden el cuestionario, ocho eran
cubanas, cuya principal preocupación parece ser si ahorcarnos o ponernos en la
silla eléctrica. Lo más curioso es que, por sus edades y su biografía, ni siquiera
pueden recordar el barrio en que vivieron en Cuba, pero se saben al dedillo las
lecciones que una y otra vez repite la radio “cubana” de Miami. La más original es una que dice que debían ponernos en
una cárcel en Cuba. Por poco saltamos todos en nuestros asientos (¡Sí, sí, por
favor señora jueza!). Otro infeliz dice temer por su familia en Cuba si se da
un veredicto de culpabilidad. Otra: “All the way with the USA”. Más “American”
que un McDonalds y habla de los cubanos como si fueran extraterrestres. En fin,
un desastre. Para colmo entre los cuatro no cubanos, un venezolano parece
querer tomar en nosotros la revancha contra Chávez, y una señora de Georgia
estaba rodeada de cubanos. Por suerte quedan una señora de color que parece
bastante justa y un filipino.
Lo peor del caso es que todos
los cubanos parecen influidos por los artículos que escribió Rui Ferreira en El
Miami Herald, para advertirles: “¡Cubanos, dejen la bobería o se quedan fuera
del jurado!” Los aludidos comenzaron a hacer cierta una caricatura que se le
ocurrió a Many días antes, y todos, con tremenda tranquilidad, “podían ser
imparciales”. O sea que se cumplieron nuestras aprensiones.
Por su parte la jueza parece
darles una ayudita. Una que tenía tres tíos de la brigada 2506 y “podía
ser imparcial” no es considerada excluible por causa. Sólo basta que alguien
balbucee que sería justo y la exclusión por causa no tiene lugar.
La sesión termina a las 2:00
p.m. con un sabor bastante amargo, pues en sólo unas horas nos vemos sin apenas
retos perentorios con qué contar, contra tanta gente que nunca será justa al
juzgarnos. Pero nos retiramos a almorzar con la tranquilidad de siempre, en medio
de bromas y con los mismos deseos de seguir luchando con que nos habíamos
levantado ese día”.
Gerardo se inspira y nace la
siguiente caricatura. Recreación de la que él había creado cuando esta
posibilidad era sólo una premonición, a propósito de la insinceridad de algunos
de los primeros panelistas:
En la tarde las cosas se
arreglan un poco, pasada la resaca del toque a degüello en el Herald. El día
termina con un grupo de veinte candidatos aprobados, incluyendo a los que por
la mañana habían venido de soga y cuchillo a declararse “imparciales”.
La defensa pide ampliar en
tres sus vetos perentorios en razón del aborrecible espectáculo de la mañana.
Innecesario decir que la fiscalía se opone. Manteniendo las proporciones que
dicta la ley la jueza nos da tres retos perentorios, de antemano quemados, y aumenta
los de la fiscalía en dos, que los fiscales nunca necesitarán de todos modos.
Los fiscales introducen
entonces un elemento que dará para algún espacio en estas líneas: El racismo.
Hay una negra que ha sido
aprobada en el panel, pero ahora la fiscalía aduce que no puede servir de
jurado porque ¡Toma pastillas para la migraña dos veces al mes! La Jueza obliga
y los fiscales ya comenzarán el proceso de retos perentorios anulando la
concesión que nos hiciera la jueza minutos antes. Como si les hiciera falta.
5 de diciembre de 2000.
Comienza la sesión matutina
con diez panelistas, de los cuales cinco son aceptados para formar el grupo
definitivo del que saldrá el jurado. Ya suman los cuarenta y nueve que se
necesitan para que cada parte aplique sus retos perentorios y queden como
residuo los doce jurados con los cuatro suplentes.
Pero antes de que vayamos al
almuerzo saca otra vez la garra el racismo de la fiscalía: Otra señora negra,
Bridgette Hanies, es objeto del encono de los fiscales porque “llegó tarde a la
audiencia”. Esta vez la maniobra no prospera y los fiscales tendrán que usar
uno de los retos perentorios que de todos modos les sobran para eliminar a la
señora Hanies.
La sesión de la tarde se
dedicará a la selección definitiva del jurado que nos juzgará. Reproduzco de mi
diario:
“Este proceso es interesante y
aunque parece que hay varias maneras de hacerlo, sólo conozco la que se aplicó
en nuestro caso y que te describo a continuación.
La jueza va leyendo, uno
a uno, los nombres de quienes quedan en la lista, y cada parte va diciendo si
lo acepta o si lo veta, lo cual en el lenguaje oficial es un “reto perentorio”
o una “recusación sin causa”. Las partes tienen la primera palabra
alternativamente, de manera que si la defensa tiene la prioridad en cada nombre
impar, la fiscalía lo tiene en cada par. Las personas que no son vetadas por
alguna de las partes son las que quedan en el jurado y el proceso termina
cuando se tienen las doce, repitiéndose entonces con los cuatro suplentes,
respecto a los cuales cada parte tiene dos vetos perentorios.
Es un ejercicio de táctica y
estrategia que sería divertido si no estuviera en juego el “pescuezo” propio.
Porque cada parte prepara su lista de vetos; y también la de quienes le parecen
peligrosos, para aplicarles el veto que quede a su disposición, en caso de que
la otra parte haya ejercido ese derecho sobre algún nombre que, desde ya,
hubiera estado en la lista propia, lo cual significa que la parte opuesta le
ahorra un veto.
Se decide que el gobierno ejerza primero con
los impares y la defensa con los pares:
El primer candidato, Gil Page,
aceptado por ambas partes.
El segundo candidato, David Bucker, aceptado
por ambas partes.
El tercer candidato, Steven
Gair, vetado por la fiscalía.
El cuarto candidato, María González, vetado
por la defensa.
El quinto candidato , Diana
Barnes, aceptado por ambas partes.
El sexto candidato, Marco Barahona, eliminado
por la fiscalía.
El séptimo candidato, Joseph Paolercio,
eliminado por la fiscalía.
El octavo candidato, Laverne Greene, eliminado
por la fiscalía.
El noveno candidato, Ileana Briganti, vetado
por la defensa.
El décimo candidato, John Gómez, vetado por la
defensa.
El onceno candidato, Sonia Portalatín,
aceptado por ambas partes.
El duodécimo candidato, Lázaro Barreiro,
vetado por la defensa.
El decimotercer candidato, Belkis Briceño,
vetado por la defensa.
El decimocuarto candidato, Omaira García,
aceptado por ambas partes.
El quinceavo candidato, Michelle Peterson,
vetado por la fiscalía.
El decimosexto candidato,
Elthea Peeples, aceptado por ambas partes.
El decimoséptimo candidato,
Louise Cromartie, vetado por la fiscalía.
Los abogados de la defensa se
dan cuenta de que la fiscalía está siguiendo un patrón racial, al tratar
de eliminar a la mayor cantidad de negros; y McKenna, hablando en nombre de los
cinco abogados, pide un aparte para conferenciar con ellos. Al parecer deciden
no objetar por el momento, y esperar a ver si el patrón se mantiene.
El decimoctavo candidato,
Wilfred Loperena, aceptado por ambas partes.
El decimonoveno candidato,
Kenneth McCollum, vetado por la fiscalía.
…Otro negro más, en este caso
un oficial de correcciones, de quien, en todo caso, se podía esperar que fuera
preocupación de la defensa. McKenna explica a la jueza que la fiscalía está
siguiendo un patrón racial, al haber sacado cuatro de seis negros, y pide que
la fiscalía dé una explicación no racial de por qué ha excluido a los dos
últimos: una señora mayor de credenciales impecables y un oficial de
correcciones, también sin un elemento negativo para la fiscalía.
Los fiscales objetan, pero la
jueza decide que se escuche la reclamación de McKenna, dando lugar a un
conciliábulo bastante prolongado en la mesa de la fiscalía.
Tras mucho deliberar, explican
que la señora Cromartie viajó a Cuba en los años 60, que no está de acuerdo con
la política de inmigración de Estados Unidos que favorece a los cubanos por
sobre otras etnias y que cuando respondió a los cuestionarios de la jueza se
cruzó de brazos y no la miró de frente.
Paul responde diciendo que
otros jurados con más fuertes objeciones a la política migratoria, como el
señor Paolercio, no habían sido objetados por la fiscalía, pero la jueza
encuentra que se han expuesto razones racialmente neutrales y excusa a la fiscalía.
Por su parte, la fiscalía
explica el veto al señor McCollum diciendo que como era oficial de prisiones
tenía relaciones con presos, por lo que no lo quería en el jurado.
Paul aduce que en los días
anteriores, cuando un oficial de prisiones, que incluso había tenido contacto
con nosotros, explicó esta relación, la fiscalía se había opuesto fuertemente a
que se le excusara, lo cual contradecía lo que ahora estaba planteando contra
McCollum. De todos modos, la jueza vuelve a excusar a la fiscalía y acepta su
explicación como racialmente neutral.
Y sigue la puesta en escena…
El veintavo candidato, Morton
Lucoff, vetado por la fiscalía.
El vigésimo primer candidato,
Florentina McKain, vetado por la defensa.
El vigésimo segundo candidato,
John McGlamery, vetado por la defensa.
El vigésimo tercer candidato,,
Richard Campbell, aceptado.
El vigésimo cuarto candidato,
Queen Lawyer, vetado por la fiscalía.
Otra persona negra y McKenna
no perdona, se para y pide que la fiscalía dé una explicación racialmente
neutral para el veto.
La fiscalía encuentra una
razón algo más plausible en este caso: la señora tiene un sobrino que fue
convicto, y no cree que fue tratado con justicia por el sistema legal. La jueza
acepta la explicación y se prosigue:
El vigésimo quinto candidato,
Jesse Lawhorn, vetado por la defensa.
El vigésimo sexto candidato,
Bárbara Pereira, vetado por la defensa.
El vigésimo séptimo candidato,
Angel de la O, vetado por la defensa.
El vigésimo octavo candidato,
Lilliam López, vetado por la defensa.
El vigésimo noveno candidato,
Juanito Millado, aceptado.
El trigésimo candidato,
Migdalia Cento, aceptado.
El trigésimo primer candidato,
Miguel Hernández, vetado por la defensa.
El trigésimo segundo
candidato, Hugo Arroyo, vetado por el gobierno.
El trigésimo tercer candidato,
Leilani Triana, vetado por la defensa.
El trigésimo cuarto candidato,
Sergio Herrán, aceptado.
El trigésimo quinto candidato,
Rosa Hernández, vetado por la defensa.
El trigésimo sexto candidato
-una señora negra- es aceptado por la defensa; los fiscales piden un momento
para deliberar, pero se dan cuenta de que se han quedado sin retos perentorios
que ejercer: “Aceptamos a Ms. Vernon”. Y la señora Debra Vernon se convierte en
el duodécimo miembro del jurado que nos juzgará, el cual es ratificado por las
partes y la jueza. Ahora comienza la selección de los cuatro alternos:
El trigésimo séptimo
candidato, Haydée Duarte, vetado por la defensa (ésta es la que tenía tres tíos
que fueron a Playa Girón, pero aún así se declaraba imparcial).
El trigésimo octavo candidato,
Wanda Thomas, vetado por la fiscalía.
McKenna al ataque. Otra
persona negra ha sido vetada por la fiscalía y Paul pide que se explique
la razón. La fiscalía dice que la señora tenía los brazos cruzados durante el
cuestionario y contestaba con monosílabos a las preguntas de la jueza; añade
que nació en Panamá y que el acusado Antonio Guerrero tiene un hijo de mujer
panameña. La jueza acepta la explicación de la fiscalía y Wanda Thomas es
excluida del jurado por falta de locuacidad y por panameñismo.
Este es un fenómeno curioso y
demuestra cómo subyace el racismo en esta sociedad. Todos saben en la sala que
las motivaciones de la fiscalía son racistas, pero la jueza tiene que mantener
un equilibrio y está en una situación comprometida. No es fácil exponer el
juicio a tintes raciales, y aceptar lo que se esconde detrás de los vetos de la
fiscalía; por otro lado, privar a cada una de las partes de un derecho como lo
es el reto perentorio, llevaría al caos. Aunque sus decisiones en este caso
pudieran ser en detrimento nuestro, me parece reconocer que tienen el
salomónico motivo de evitar males mayores.
Seguimos eligiendo a los
jurados alternos:
El trigésimo noveno candidato,
Eugene Yagle, aceptado.
El cuadragésimo candidato,
Luis Fernández, vetado por la defensa.
Ahora la fiscalía a la
riposta; todos los jurados de origen cubano han sido vetados por la defensa y
la fiscalía quiere una explicación sobre la razón del veto a este joven, que
apenas ha expresado tener opiniones sobre algo.
Blumenfield devuelve la jugada
a la fiscalía y refiere que el muchacho expresó dudas sobre si creería a un
testigo que fuera oficial del gobierno cubano o miembro del Partido Comunista.
Y añadiendo ironía a la jugada, dice que el joven estaba usando una gorra de
pelotero y se sentó jorobado, lo cual indicaba poca atención al caso.
McKenna agrega a su vez que ve
un problema de credibilidad, pues, siendo de origen cubano, dice no tener
ninguna opinión sobre Cuba, y eso le parece extraño.
La jueza termina aceptando las
razones de la defensa.
Todos en la sala saben que, en
efecto, los jurados de origen cubano han sido excluidos, porque han expresado
abrumadoramente prejuicios en contra nuestra, y porque, además, la nacionalidad
cubana desempeña realmente un rol específico en este caso, a diferencia de la
raza. La jueza continúa:
El cuadragésimo primer candidato, Odornia
Homuska, vetado por la fiscalía.
Otra mujer negra y McKenna en
pie una vez más. La fiscalía aduce razones de lenguaje y, de nuevo, que la señora
es monosilábica. A decir verdad, creo que las razones de lenguaje son válidas.
La jueza acepta y la señora Odornia se libra de servir en el jurado.
Después de haber agotado cada parte sus vetos
perentorios en el jurado alterno, los tres candidatos siguientes pasan al panel
final. Son Miguel Torroba, Marjorie Hahn y Beverly Holland, quienes se
convierten en alternos dos, tres y cuatro respectivamente.
Es la 1:30 de la tarde cuando ya tenemos un
jurado de verdad, como en las películas. La jueza da las gracias a todo el
mundo por el esfuerzo realizado en los últimos largos días; menciona a los
letrados de ambas partes, al personal de la sala, al taquígrafo y a las
traductoras; en fin, a todo el mundo menos a los que más madrugamos, es decir
los alguaciles federales y los defendidos, quienes nos marchamos de la sala
compartiendo en fraternidad la desgracia común del olvido de la jueza. Aunque
estamos exhaustos, se nos informa que tenemos que esperar en las
celdas-perreras hasta que venga la orden de la Corte. Nos dicen que mientras no
localicen a las dieciséis personas del jurado no podemos irnos”.
De regreso a la corte nos
enteramos de que hay problemas personales en dos de los jurados y se impone un
ajuste. La jueza propone vaciar los dos espacios y dar un reto perentorio a
cada parte, cosa que la defensa acepta. El problema es que la fiscalía tiene
otro negro que linch…perdón, eliminar. Un señor de aspecto realmente respetable
nombrado Louis Harrel. Como no hay acuerdo la jueza decide que se entrevistará
con los jurados que tienen problemas antes de que comiencen los argumentos
iniciales, y luego tomará una decisión.
Crónica de una parodia anunciada
(4):
6 de diciembre de 2000. (Página
104).
Cumple de Elián. 27 de
noviembre.
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